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La educación escolar es un derecho porque hay determinados niveles de desarrollo que no se alcanzarían de no recibir una ayuda intencional y planificada que permita adquirir esas competencias más complejas, que no vienen garantizadas por los otros contextos educativos informales. Quienes no se apropien de estos aprendizajes, culturalmente imprescindibles, se verán con menos oportunidades tanto para su desarrollo personal como para la participación social que caracteriza una ciudadanía plena.

Este es el riesgo de desigualdad que corre todo sistema educativo y toda sociedad y que ha llevado, afortunadamente, a que la equidad se haya convertido en una exigencia de la calidad de la educación. En ocasiones, se opone la equidad a la excelencia, esgrimiendo un peligroso argumento que viene a postular que “si queremos educar a todos, habrá que bajar el nivel”. Sin embargo, esta afirmación entra en contradicción con el hecho, contrastado en los informes de la OCDE, de que hay países que alcanzan simultáneamente los más altos niveles de excelencia y de equidad. Es muy importante destacar estos datos para salir al paso del falso dilema entre excelencia y equidad, ya que ambas configuran la calidad. Personalmente, no voy a renunciar a que mis nietos se eduquen en una escuela en la que todos y todas estén presentes y en la que también todos y todas aprendan lo más posible. Soy consciente, no obstante, de que conseguirlo es difícil. Por ello, es fundamental que las administraciones educativas conviertan la mejora de la equidad en una meta esencial en sus políticas. Se trata ante todo de una obligación moral.

Un sistema educativo será más equitativo cuanta mayor igualdad de oportunidades ofrezca a sus estudiantes en las cuatro grandes dimensiones sobre las que existe un amplio consenso: acceso a la educación, condiciones en las que se ofrece la enseñanza, logro en los aprendizajes y en la trayectoria académica, e impacto social del nivel educativo. La igualdad de oportunidades se refiere a que en estos cuatro grandes elementos haya la menor influencia posible de características personales y sociales. Variables como el género, la diversidad afectivo-sexual, el nivel sociocultural, el origen migrante, la pertenencia a minorías étnicas, la ruralidad o la diversidad funcional que implica la discapacidad, son características inherentes a la diversidad humana y, por tanto, manifestaciones de la riqueza de nuestras sociedades. Pero en el momento en que predicen los logros educativos se convierten en variables de desigualdad. La equidad implica atender a toda la diversidad, garantizando no solo el acceso, sino también la participación en los procesos educativos y el aprendizaje de las competencias básicas (Echeita y Ainscow, 2011), es decir, una educación inclusiva. Promover la equidad, además, supone garantizar que todos los alumnos y alumnas van a adquirir aquellos aprendizajes imprescindibles para poder desenvolverse como un ciudadano con plenos derechos y deberes, que se denomina renta cultural básica, sin la cual uno está excluido de la sociedad (Bolívar, 2012). Es imprescindible luchar contra la pobreza educativa, como una manifestación más de la pobreza en general.

No es el objetivo de un texto breve como éste señalar todos los indicadores de equidad ni las medidas que deberían tomar las administraciones para mejorarla. En el reciente informe de OXFAM se presenta una propuesta muy interesante al respecto (Bonal y Scandurra, 2019). Nos limitaremos a señalar, por tanto, tres ideas que consideramos especialmente relevantes para seguir avanzando en esta línea.

La primera se refiere a la importancia de las concepciones que todas las personas, pero especialmente quienes tienen mayor responsabilidad en la educación, mantienen acerca de la capacidad del ser humano para aprender. La Psicología actual y la Neurociencia muestran que toda persona puede aprender si se le ofrecen las condiciones u adecuadas. Sin embargo, sigue habiendo muchos docentes y familias que consideran que la  inteligencia y otras capacidades son rasgos estáticos, no transformables (Coll y Miras, 2001). Es difícil comprometerse con el esfuerzo que implica aprender cuando se tienen estas creencias (Martín, 2018).

La segunda alude a la importancia de tener en cuenta factores de desigualdad que hasta ahora han estado poco presentes. Contamos con muchos datos sobre el impacto del nivel sociocultural, pero no hemos prestado igual atención a las dificultades que una alumna o un alumno puede tener por razón de su orientación sexual, o por padecer una enfermedad mental o de las consideradas “raras”. Es preciso estar atentos a las fuentes emergentes de desigualdad.

Por último, es importante que tomemos conciencia de la complejidad que subyace al concepto de equidad. Cuando hablamos de igualdad de logros en los aprendizajes, debemos trascender los más clásicos desde el punto de vista académico e incluir todo el ámbito socio-emocional y las denominadas soft skills. Asimismo, hay que prestar atención a las trayectorias de  aprendizaje. El valioso informe de Save the Children (Ferrer, 2019) muestra cómo tras una aparente igualdad de aprendizajes se esconde una clara desigualdad en la experiencia educativa. Asimismo, es necesario iluminar el impacto social diferencial. La educación es una herramienta para el desarrollo personal y la participación social. Los indicadores de inserción laboral y los de calidad de vida, a los que se ha venido prestando escasa atención, deben tenerse muy en cuenta en las políticas educativas.

ELENA MARTÍN ORTEGA
Catedrática de Psicología de la Educación de la
Universidad Autónoma de Madrid

Referencias

Bolívar, A. (2012). Justicia social y equidad escolar. Una revisión actual. En Revista internacional de educación para la justicia social,1(1), 9-4 5.

Bonal, X. y Scandurra, R. (2019). Equidad y Educación en España. Diagnóstico y prioridades. Oxfam Intermon https://www.kaidara.org/recursos/equidad-y-educacion-en-espana-diagnostico-y-prioridades/

Coll, C, y Miras, M. (2001). Diferencias individuales y atención a la diversidad en el aprendizaje escolar. En C.Coll, J. Palacios y A. Marchesi (coords.) Desarrollo psicológico y educación. Psicología de la educación escolar (331-353). Madrid: Alianza Editorial.

Echeita, G. y Ainscow, M. (2011). “La Educación Inclusiva como derecho. Marco de referencia y pautas de acción para el desarrollo de una revolución pendiente”. Tejuelo (12), pp. 26-4 6.

Ferrer, A. (2019). Todo lo que debes saber de PISA 2018 sobre la equidad. Save the Children. https://www.savethechildren.es/sites/default/files/imce/dossier_pisa2018_madrid.pdf

Martín, E. (2018). Expectativas, clima de clase y rendimiento académico. En Indicadores comentados sobre el estado del sistema educativo español 2018, pp.14 7-150. Fundación Europea Sociedad y Educación y Fundación Ramón Areces https://issuu.com/efse/docs/indicadores-2018.

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